sábado, febrero 25, 2006

Get out of here

Tengo veinte años. Tal vez debería estar en este preciso instante saliendo con una chica de estupendas tetas que me quiera, ir con ella al cine y ver alguna película romántica y tonta. Tal vez ella iluminaría mi vida con sus enormes ojos marrones. Pero no es así. Estoy sentado en la mesa con mis padres y es un caluroso día de febrero. He visto un par de películas que iré más tarde a devolver para alquilar otras.
Mi mamá está preparando el almuerzo. Sirve el arroz en un plato. Junto a ella, en la cocina, se está hirviendo una alcachofa que le servirán a mi papá hoy o tal vez mañana como a esta misma hora. Mi mamá dice que hoy hay frijoles con arroz y cebolla. Mi plato favorito.
Esta tarde salgo y camino por la avenida Aviación. Me escondo en un pasaje donde hay una banca. Todas son casas pequeñas que forman una especie de laberinto. Pasando la avenida Aviación están las Torres de Limatambo.
Miro a ambos lados antes de sentarme. El día ha estado sedado. No cabe duda. Busco el encendedor en mi bolsillo y me siento. Tengo veinte años. Tal vez debería estar trabajando o buscando trabajo. Tal vez debería estar haciendo algo más productivo, como leer un libro. Saco de una cajita de fósforos un wiro mal armado y lo prendo.
Mientras atardece hay algunas señoras que se cruzan. Todas llevan bolsas de plástico que cuelgan de sus manos. Algunas llevan el pan que han comprado y otras regresan de la bodega. Son viejas nada carismáticas. Todas me miran con suma desconfianza y tengo que empezar a caminar. Mientras camino le doy grandes sorbos al wiro mal armado que ahora se deshace entre mis dedos. Contemplo molesto como se desparrama la marihuana ponzoñosa que estaba fumando.
Ahora sí pienso que ya no queda nada más por hacer. He visto la pobreza existencial de un chico de veinte años escurrirse entre mis dedos. Debería estar en la playa con mis amigos, aunque yo no tengo muchos amigos, y a los que tengo no les gusta la playa. Tal vez debería llamar a alguna amiga con quien pueda conversar, pero ya no me queda ninguna. Todas las amigas que tuve me las intenté tirar o están molestas conmigo por cosas que no entiendo.
Veo que el sol se está poniendo. Se está ocultando detrás de las Torres de Limatambo. Cruzo la avenida Aviación para poder verlo mejor. A mí me gusta el atardecer. Tengo cierta debilidad por ver caer al sol. Me gustan los colores que explotan entre las nubes. A veces las nubes parecen olas inmóviles.
En las Torres de Limatambo una chica camina en dirección a mí. Estoy un poco fumado así que me siento al borde de la vereda a mirar el sol ocultarse entre los edificios. Me quedo pensando en mi apariencia. Tengo veinte años. Tal vez debería ser un chico musculoso con el pelo lacio y corto y sonrisa de un millón de dólares. Pero la verdad es que soy feo, tengo el pelo esponjoso y largo, y se acumula en mi espalda. Además, me visto mal. Tengo pésimo gusto. Pareciese que me hubiese quedado en los dieciséis años, en el mierdismo antisocial de la adolescencia. Pero, carajo, tengo veinte años. Se supone que soy un adulto.
Alguien, creo que es la chica que venía hacia mí, me toca un hombro. Yo me volteo. La chica tiene el pelo color rojo fosforescente y me pregunta si tengo fósforos. Yo me pongo de pie y busco en mi bolsillo el encendedor. Se lo presto. Ella prende un cigarrillo.
Ya no se puede ver el sol debido a los edificios. A lo mucho se alcanza a ver algunas nubes rojizas y otras moradas más al fondo. Al otro lado de la calle ya empieza a caer la noche.
La chica tiene un jean roto, sandalias y un polito que dice Satisfaction Guaranteed color rosa. Tiene aretes en la nariz, en la ceja y en la comisura de sus labios. Una idea viene a mi cabeza cuando ella me dice muy seria, mientras fuma su cigarrillo y me mira, que yo huelo a marihuana. Me fijo en si mi polo color lúcuma huele a marihuana, asiento con la cabeza y saco de uno de los bolsillos de mi jean un paco. La chica se sonríe y ya no me mira. Solo mira el paco.
Se termina de hacer de noche en otra banca, un poco alejada de donde estábamos, cerca de unas canchitas de fulbito. Todavía estamos en las Torres de Limatambo, creo. La chica, que se llama Miriam, habla alocadamente mientras deshace los moñitos rojos dentro del paco. Mientras lo hace, creo que me empiezo a enamorar de ella porque no tengo a nadie más en el mundo con quien pueda conversar, aunque no converso, ella solo se dedica a hablar de un montón de cosas que no entiendo, de gente que no conozco, mientras envuelve lo que acaba de desmoñar en un papel de fumar casi transparente. Luego lo lame. Cuando está listo, Miriam me sonríe. Al rato de fumar, ya estamos sirviéndonos ron con cocacola en pequeños vasos. Miriam me cuenta que se ha escapado de su casa y yo la escucho completamente drogado y borracho. Yo le cuento que tengo veinte años. Dan las diez de la noche. La gente que vive en los alrededores nos miran como diciendo: váyanse de aquí. Cuando de la camioneta pathfinder se baja un policía con boina roja todo se vuelve muy confuso. Miriam y yo nos vamos, muy contentos, como si fuésemos buenos amigos. Antes de despedirnos, la intento besar. Miriam se molesta y me empuja. Yo la insulto y le digo que es una lesbiana.

968 palabras